Todo por hacer

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No es fácil. No lo es para cualquiera. Hay que tener una mezcla de valor, convicción y ganas genuinas de aportar. Estos arquitectos no se enfocan en los problemas sino más bien en las oportunidades de hacer la arquitectura que les da el sur.




Ahora con el YAP la gente empezó a preguntar. Yo estaba medio recluido, bien escondido haciendo estas cosas", dice Domingo Arancibia sin ninguna amargura, como un hecho de la causa.

A lo largo de varias versiones YAP ya tiene prestigio. Los nominadores son directores de escuelas y de publicaciones de arquitectura y el resultado final es una intervención temporal abierta en el Parque Araucano durante un mes. A comienzos del próximo año tendremos la oportunidad de ver cómo Domingo dará un uso arquitectónico al cochayuyo, que por supuesto no viene de Santiago. "Hice mi proyecto de título (en la U. de Chile) relacionado a Chimbarongo. No tenía trabajo. No me llamaron de ningún lado. Miré hacia el sur para ver qué podía hacer. Empecé a trabajar en relación con ciertas problemáticas locales que se transformaron en oportunidades. El mimbre de Chimbarongo, la piedra rosada de Pelequén, los textiles de Marchigüe... cuando la gente compra estos productos en Santiago cree que está haciendo un gran aporte, pero el impacto es muy bajo para estas localidades si no las visitan", explica Domingo. Muchos dicen que conocen Chimbarongo y solo han pasado por fuera. Lo mismo ocurre con otras localidades al borde de las carreteras. "A lo largo de cuatro años, en Chimbarongo hice actividades temporales relacionadas al cultivo de mimbre con ciertas intervenciones de arquitectura. Ahora estamos desarrollando un memorial y varias cosas que van a transformar a Chimbarongo en un foco de turismo. No lo busqué, Santiago no me ofrecía nada. Tampoco era bueno para el computador, creo que no servía para la arquitectura tradicional y tampoco me gustaba mucho. Mejor me vine al campo a aprender saberes tradicionales y encontré una oportunidad gigante".

Ricardo Azócar –quien junto a Carolina Catrón ganó el premio Revelación 2016 del Colegio de Arquitectos en Concepción– tiene una hipótesis: "En ciudades que no son Santiago el problema no es la densidad. No falta espacio para hacerlo público. Están los cerros, las lagunas, los ríos, los humedales. Están insertos en el paisaje pero no están incorporados como espacios públicos a la ciudad". Ricardo cree que las universidades entienden esa situación e intentan crear vínculos directos con los contextos de las ciudades y localidades próximas. La U. del Bío-Bío, por ejemplo, se adjudicó un proyecto para hacer un taller vertical: los alumnos desarrollan proyectos en conjunto con servicios del Estado. Ricardo no sabe si se realizan pero destaca el vínculo ya establecido con la academia, instituciones como Carabineros y la misma comunidad. "El que termina siendo arquitecto de estas escuelas ve en esta relación una oportunidad más que un problema, una oportunidad para poder intervenir. Cuando ves las intervenciones que hace la U. de Talca en la carretera te das cuenta de que tienen un enorme valor. No están constituidas las avenidas o el borde río, pero estas intervenciones tratan de consolidar esos lugares, de que la ciudad no les siga dando la espalda. Es otra dimensión de la ciudad".

– Estilo + Pragmatismo

Hace unos años se anunció la demolición de tres elegantes casas antiguas en el patrimonial barrio de Chacabuco, en Concepción. El verano antes de que cayeran, un grupo de estudiantes de Arquitectura de la Universidad del Bío-Bío se apropió de una, incluyó a un cineasta y documentó todo el proceso. Así se gestó el proyecto "Deshabitado", en manos de un grupo multidisciplinario –incluso intermedial– que ya llevaba un tiempo realizando intervenciones como República Portátil. "Luego vino el terremoto y trabajamos con una casa deshabitada y una ciudad en crisis. En ese trabajo establecimos una relación entre plataformas web, una instalación temporal y un visibilizador que fue un pabellón y un cortometraje. Empezamos a usar la herramienta del andamio como una infraestructura capaz de colonizar espacios público y después devolverlo", dice Julio Suárez, uno de los fundadores de República Portátil.

Luego vinieron invitaciones a ferias culturales, donde llamaron la atención de una autoridad de Valparaíso y recibieron la invitación para montar el pabellón deshabitado en la Plaza Sotomayor. "Ahí elaboramos un proyecto muy grande. Terminó siendo el catalizador de la inauguración del FAV. Funcionó como un jardín interior, como un muro donde se proyectó mapping, tocó Carlos Cabezas. Tuvo muchas funciones. Cada una de estas instalaciones tiene como trasfondo el activismo: nos proponíamos instalar una especie de laboratorio/casa. La propuesta política era trasladar desde Concepción a un grupo para elaborar algo a Valparaíso. Éramos alrededor de 50 personas habitando el pabellón". A continuación vino la etapa de la madera, en la que desarrollaron proyectos como la oficina de Club Mate, publicada en MásDeco, y un pabellón para Corfo, pensado para la promoción de las industrias creativas de Concepción.

"Hemos hecho muchas cosas en Conce. Seguiremos haciéndolas. Pero en ningún caso tenemos esta idea de venir a la capital a decir algo. Creo que eso ya se ha hecho. Hay un portafolio que ha demostrado lo que queremos hacer con diseño, arquitectura y arte. Eso es posible en Concepción porque no necesitas tantos permisos. Vas caminando a ver al alcalde. Es una escala amable para germinar y concebir cosas. Ahí está lo que nos interesa: la relación entre una arquitectura impermanente, esto que se instala y desinstala, con una identidad en la arquitectura de Concepción. Que a diferencia de Santiago no guarda construcciones antiguas, porque la arquitectura se cae. Nuestra identidad está más irrigada al territorio", dice Julio a nombre de los siete miembros de RP.

"En regiones debes ser más pragmático. Los recursos son más escasos. Te obligan a ser más resolutivo. A resolver desde lo conceptual hasta que se termina el proyecto. Siento que los nuevos contenidos de la arquitectura se generan más en las periferias que en los centros", asegura Susana Herrera, que fue profesora en la U. del Bío-Bío de algunos miembros de RP, pero antes había fundado Factoría, una oficina de arquitectura y diseño con un modelo muy particular. "Piensa que hay nuevas narrativas en los lugares desconectados de los discursos centrales. Se generan necesidades muy específicas en los lugares alejados. Esas necesidades se tienen que resolver mucho más rápida y concretamente. No das tantas vueltas en conceptos teóricos. Eso se convierte en una herramienta de diseño muy asertiva. Tienes que enfrentar la escasez y te puedes concentrar en lo importante".

Por ejemplo, ella ha tenido que hacer el seguimiento de una obra desde el aserradero, pasando por las maquinarias, hasta conseguir la pieza. Todo un proceso que no se podía resolver desde una oficina, lidiando con las capacidades de los carpinteros, sin tiempo para modelaciones y planos digitales. "Hicimos un hotel y un observatorio astronómico que tenían muchas curvas complejas. Me obligaban a diseñar de manera precisa. Tenía que buscar soluciones constructivas factibles, de manera semiartesanal", explica Susana. Ella fundó la oficina en 2000 y cree que fue la primera interdisciplinaria en la región. Estudió en EE.UU. y en Barcelona. La prepararon para hacer grandes museos y teatros, pero ella decidió volver y quedarse, no solo en Chile, sino en la provincia de Arauco.

"Viajo mucho. Estoy haciendo convenios con Suecia, exporto a Rusia. Salimos al mercado internacional desde la provincia, sin pasar por Santiago. Esto de estar desconectado es tan relativo: si lo piensas, Chile está lejos del centro. No me importa estar en provincia. Uso la tecnología para estar conectada. Cambié mi visión de las cosas: ser local hoy ya no tiene que ver con la proximidad inmediata. Para mí es compartir visiones. Eso me pasa mucho más frecuentemente con gente de los países nórdicos. Buscamos hacer alianzas con oficinas que compartan nuestra visión independientemente de donde estén. En Rusia hay un grupo que quiere abrir una Factoría Rusia. En principio querían importar nuestros productos. Les gustó tanto nuestro concepto que quisieron llevar el modelo". Este consiste en trabajar experiencias específicas, en un lugar determinado, hacer levantamiento, recabar información e identificar las problemáticas; con una visión donde la sustentabilidad no es solo técnica y social, tratando de que la economía de recursos produzca el mayor impacto posible en ese entorno. Según Susana, el lugar determina la configuración y no la metodología. Pero lo que más fascina a los rusos es la mezcla entre la tecnología y lo hecho a mano.

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Oportunismo del bueno

Cuando partió, la Escuela de Arquitectura de la U. de Talca no tenía un edificio. Funcionaba en algunas salas junto a un laboratorio de investigación en madera perteneciente a un aserradero. Muchas veces las clases se hacían en pastos y en bosques. Juan Paulo Alarcón fue parte de esa primera generación y recuerda que fue fascinante.

Recién salido vio que en la región había mucha construcción pero muy poca arquitectura. Empezando a trabajar entendió por qué: es demasiado difícil. "No hay un capital cultural. Muchas veces nosotros mismos no entendemos bien lo que es arquitectura, pretender que lo entienda un cliente que lo único que quiere es construir algo barato y rápido, es muy difícil. Creo que hago la arquitectura que hago a partir de lo que aprendí una vez que salí, del rigor de responder a esos tiempos, presupuestos y formas de construir en el lugar. Si en alguna obra ves hormigón a la vista o algo sin terminación simplemente era la mejor opción para reducir gastos y dar cierto carácter, pero no es una cosa estilística", explica Juan Paulo, quien llegó recientemente de hacer un doctorado en Madrid. Él detecta dos riesgos al quedarse en Linares: victimizarse, sentirse incomprendido y sobrecalificado; o heroificarse, esperar reconocimiento por el simple hecho de quedarse. "Finalmente es un lugar más para trabajar. Después de varios años de carrera te das cuenta de que los espacios para hacer arquitectura están. Solo hay que abrir los ojos".

Hay algo dañino en la veneración de los casos exitosos, rimbombantes y en algunos casos sobreactuados. Según Alarcón generan una brecha entre estas tremendas obras y lo que un cabro recién salido puede hacer. "En ese sentido mi carrera ha sido bastante oportunista, 'aquí hay algo que se puede hacer. Lo voy a trasformar. Voy a convencer al cliente de alguna manera'. Hay que quitarle la cosa moral a ser oportunista, astuto. Finalmente estás dando liebre por gato como decía un arquitecto español". Ejemplo: en uno de los varios colegios que Juan Paulo ha diseñado él propuso acero oxidado –ni siquiera corten– para la fachada exterior del laboratorio de computación. El director expresó temores de salubridad, aun cuando le explicaron que no implicaba peligro alguno. ¿Cómo defendió sus decisiones? Explicando que era muchas veces más barato que picar, estucar y pintar; que ofrecía una membrana necesaria para generar aire y que gracias a perforaciones evitaba la necesidad de poner unas obligatorias protecciones en las ventanas; entre muchas otras formas de ahorro.

"Nos comparamos con nuestros héroes y estrellas, pero ellos trabajan en circunstancias muy distintas. Estamos recién empezando a reconocer nuestros presupuestos y lógicas de la región. Trabajar desde ahí nos va a liberar de esa pesadez y resentimiento de la comparación. Desde ahí sí que hay oportunidades. Una de las cosas que más me gustan de lo que puedo llegar a hacer es demostrar que todo es cancha. No solo el museo, un paradero, accesos, puertas. Hay oportunidades para hacer arquitectura. Hay que transformar la dificultad en desafío", concluye.

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