Moderna ahora

Aquí vive el arquitecto Juan Eduardo Salinas, quien restauró esta casa, obra original del arquitecto moderno Jaime Bendersky, del año 1965. Hecha pedazos y sin ningún ánimo de sobrevivir, Salinas supo levantar su esencia, observar su luz y darle un giro actual que se adapta a la vida contemporánea.




"Fue una historia especial, media surrealista. Yo le había regalado el perro –Iñaki– a mis papás después que les habían entrado a robar a su casa, y el perro se portó pésimo con ellos; le comió las mangueras del auto a mi papá y él me llamó y me dijo 'hoy en la noche no quiero ver más a ese perro'. Y esa noche mi perro durmió en mi departamento. Y fue un desastre.

Esa noche lo saqué a pasear, estaba dando vueltas por el barrio y encontré una casa media abandonada que curiosamente llevaba 10 meses sin arrendarse y tenía el cartel de 'Se Arrienda' en el suelo, estaba muy venida a menos y me puse en contacto inmediatamente con la corredora para poder dejar mi perro en esa casa porque no tenía dónde hacerlo. Me gustó altiro la casa. Mientras me aprobaban mis papeles, Iñaki ya estaba adentro".

Así es como comienza este relato, en palabras de Juan Eduardo Salinas, arquitecto y dueño de esta casa. Fue su boyero de Berna, un perro de unos sesenta kilos, el que quizás goza más este lugar. Aquí juega, ladra, da vueltas en el jardín, en una casa moderna, rescatada de entre las peores cenizas. A Juan Eduardo le cuesta decir que la refaccionó, sino que da un acierto afirmando que solo la restauró. Sacó a la luz lo mejor de ella. Una construcción del año 1965, obra del gran Jaime Bendersky, uno de los arquitectos nacionales modernistas más importantes de la época. Él, según nos cuenta Juan, fue un revolucionario a su medida. Creó centros comerciales cuando estos no existían –como Los Cobres de Vitacura– e ideó también esta casa, que antes que llegara Salinas estaba deteriorada, desmantelada, con el jardín hecho pedazos. Como si los años hubiesen olvidado aquellas décadas doradas, donde lo sencillo primaba sobre lo ostentoso, donde la pulcritud del trabajo artesanal era la riqueza de su bandera.

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Pidiendo a gritos

Una gran casa, que parecía pedir a gritos ser restaurada, sacar a flote sus más bellos secretos. Así las cosas, Juan Eduardo encauzó su trabajo por sacar partido a su faceta moderna. "El piso se restauró completo, estaba destruido, lo pulimos y le pusimos maderas nuevas, con detalles de raulí. El piso de sol de la entrada lo pulí, tenía una capa de cera gigante de años, no se veía, y apareció el trabajo de un sol de bronce. No hice grandes transformaciones, fue rescatarla, sacarle brillo, pintarla de una manera también más acorde a la época. La casa estaba pintada blanca y pinté los guardapolvos negros, todos los peldaños negros, todas las perfilerías de fierro en negro, la viga grande en el cielo la pinté en rojo pensando un poco en el hotel Antumalal, también de la época", precisa Salinas.

Y así, de repente, aparece en el living, desde el acceso, acoge, da un giro y envuelve todo el estar un muro precioso en hormigón: "Este muro era un trabajo de artesanía. Se hacía una dosificación con mucho más árido, se desmoldaba cuando estaba fresco el muro, y después con esponja se le sacaba toda la lechada al muro, un trabajo de artesanía, hoy no hay maestro que te pueda hacer eso. Es lo más característico de la casa", cuenta.

Lo deco

La decoración es rítmica; si le pusiéramos un lenguaje, sería la música. Juan Eduardo es un melómano que obedece las sensaciones de sus oídos, por eso colecciona discos –CD– desde los 14 años. Nunca se le ha perdido uno, es meticuloso, y la música es uno de sus tantos tesoros que guarda en esta casa. Lo demás se traduce en recuerdos, juguetes, amuletos, piedras, muebles hechos por él, piezas de papel, inventos y una lista larga de cachivaches que de una u otra forma se ven bonitos. Por ejemplo, en la pared tiene colgada la primera raqueta de tenis que usó, con la que aprendió a jugar. Es rara, pero se ve bien. Lo demás, libros, colores tenues y muchísima luz natural.

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