Los últimos de su especie

astillero

En algunas partes de Chiloé los astilleros que sobreviven están bien señalizados para que los turistas conozcan y tomen fotos. Sin embargo, como explica Hernán Serrano, diseñador y navegante experto, los astilleros chilotes no son lugares comerciales, son lugares íntimos donde se practica y se traspasa un oficio en peligro.




Don Dagoberto González recuerda que su papá trabajó alguna vez en la construcción de embarcaciones, pero no aprendió el oficio de él. Don Dagoberto dice que aprendió por ahí y que ya lleva más de 40 años dedicado a esto; el suyo –bajando muy cerca del puente Gamboa– es uno de los cuatro astilleros que quedan en la parte insular de Chiloé.

Acaba de terminar una embarcación grande, turquesa y blanco como la pidió el cliente. Es para turismo, para pasear gente por estas costas, por eso tiene una cabina y baños más grandes. Junto a otras tres personas, entre ellas su hijo, Elson, ya está trabajando en otras dos, más pequeñas y abiertas. Una como la turquesa cuesta alrededor de 36 millones y por las pequeñas se cobran alrededor de 12.

"Ocupamos eucalipto, tineo y ciprés. El eucalipto es para el durmiente que tiene abajo, la quilla; el ciprés es esto que está al costado, la piel; las costillas son de tineo. Después se le pone impermeabilizante en las costuras y enseguida se 'enmasilla'. Finalmente se repule con una lija. Queda como está ahí, no se perciben las tablas", explica don Dagoberto.

Elson González –su hijo– cuenta que empezó a ayudar a su papá cuando era muy chico y le quedó gustando, que las estructuras que usan dependen del mar en que se navegará; las cabinas, del uso que reciban, pesca o turismo; que normalmente en un año hacen dos embarcaciones grandes y alrededor de cinco más chicas.

El proyecto Ciprés

Hernán Serrano es diseñador industrial y navegante desde muy chico. Siempre ha tratado de vincular esos mundos. Desarrolla embarcaciones, sobre todo a vela; hace restauraciones y reparaciones de barcos de competencia, y en paralelo enseña desde hace 15 años, y siempre desde las escuelas de diseño trabaja en el ámbito cultural y patrimonial donde se cruzan el diseño y la náutica. En ese contexto, a fines de 2016, apareció un concurso organizado por el Laboratorio de Gobierno en asociación con Sernatur y la Subsecretaria de Turismo buscando propuestas innovadoras asociadas al turismo. Presentó una idea que se transformó en un proyecto y ganó junto a otras dos. Obtuvo un fondo para hacer el pilotaje de esta idea que fundamentalmente es la siguiente: "Chiloé tiene condiciones únicas para navegar a vela. Tiene que ver con el paisaje, las aguas interiores, los bosques nativos y la condición geográfica. Sin embargo, la gente que hoy tiene esa posibilidad es una élite mínima, a través de clubes de yates privados. En paralelo existe un patrimonio intangible que tiene que ver con el oficio de la carpintería de ribera que está en absoluta extinción. Tanto así que en 2014 se nombraron dos patrimonios humanos vivos, que son carpinteros de ribera, que construían y navegaban embarcaciones chilotas a vela. Estas tienen un diseño particular, que nace desde la geografía, es decir de sus maderas y de la condición geográfica en términos de corriente y varado, no necesitan de clubes de yates, por lo tanto son extraordinarios. Nuestro proyecto vincula la oportunidad de navegar ahí y al mismo tiempo rescatar el patrimonio. Lo que hacemos es una nueva agencia de turismo náutico patrimonial. Mandamos a hacer nuevos barcos a estos tesoros vivos de manera de revitalizarlos, y en esos barcos ofrecer el servicio turístico de navegar en ellos en un estándar de primer nivel".

Actualmente don José Mautor, de 72 años, uno de los carpinteros declarados patrimonio vivo, está trabajando en la primera de esas embarcaciones en la localidad de Contao, en Chiloé continental.

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