La curva

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Una curva envolvente define al edificio Torres Blancas en Madrid, construido en 1961. Luego, otra curva envolvente, esencia de la remodelación que se hizo en uno de los departamentos de sus plantas más altas en 2014, conecta con su esencia orgánica. Ambas creaciones son fruto de una lectura calma de la naturaleza y que, de un modo atemporal, se conectan desde lo más profundo de los suspiros creativos.




El edificio Torres Blancas, ubicado en Madrid, España, es obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza, un ícono de la modernidad, construido en 1961. Corresponde a la llamada etapa orgánica de la arquitectura madrileña, con marcada tendencia neoexpresionista y detalles surrealistas. El edificio, de 81 m de altura y especial desde todo punto de vista, es una estructura a base de cilindros rodeados en todo su perímetro por balcones con celosías de madera. Tiene veintitrés plantas, destinadas a viviendas y oficinas, más una planta adicional en lo alto del edificio, dos plantas de sótano y una de acceso. Lo que pretendía Sáenz de Oiza era construir un edificio de viviendas singular, de gran altura, que creciera orgánicamente, como un árbol, recorrido verticalmente por escaleras, ascensores e instalaciones, como si fueran los vasos leñosos del árbol, y con las terrazas curvas agrupadas como si fuesen las hojas de las ramas.

Luego de un poco más de 4 décadas desde su espectacular construcción, el arquitecto Héctor Ruiz-Velázquez quiso recuperar la esencia orgánica original del edificio y remodeló, en 2014, un departamento de 91 m² ubicado en las últimas plantas del edificio. Fue así como Ruiz-Velázquez derriba toda fragmentación ortogonal espacial de la vivienda anterior, tratando de reflejar el contorno del inmueble en el interior, haciendo una completa simbiosis de la estructura del edificio con el espacio resultante. Con esto se logró una conexión visual total desde el interior del apartamento hacia fuera y, del mismo modo, el espacio quedó despejado y muy amplio, impregnado de luz natural.

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APERTURA ESPACIAL 

Ruiz-Velázquez supo identificar el concepto de apertura del edificio, y esa es justamente la base estética que quiso impregnar en el departamento. Las curvas, dentro del espacio, se conciben como elementos estructurales divisorios que configuran y modelan los espacios, sin cortarlos. De allí que la movilidad, ágil y dinámica, sea la razón de ser del departamento. Aquí se puede hacer un recorrido fácil y certero, sin obstáculos.

La riqueza de este tipo de creación espacial genera una tipología de planos que obligan al arquitecto a disponer de un gran conocimiento en relación a la innovación y a la selección de los materiales que deben transmitir esas líneas envolventes en el que se convierten las estancias, y, sobre todo, construir una atmósfera de emociones a través de las superficies y las luces del espacio.

De este modo, láminas de madera de roble de Radisa revisten la pared central como si fuera el interior de un fruto; el pavimento se extiende como un manto otoñal de color naranja gracias a la intensidad cromática de la cerámica natural de la marca Saloni. Los muebles del departamento son de Vitra, todos obras de grandes maestros de los años cincuenta que refuerzan este escenario casi galáctico. Si bien se nos viene a la mente esta casa como la que hubiese habitado el primer hombre que llegó a la Luna, tiene algo de acogedora, que abraza al habitante, lo entiende y lo arropa con calidez. Nos preguntamos si será la luz natural que entra a destajo. Tal vez. Los detalles, al fin y al cabo, le ganan la lucha a lo que no nos gusta, y en este caso, brillan; la calidad de los materiales que resaltan con el blanco en los muros, es la primera razón. ruizvelazquez.com 

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