La casa de todos

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La cultura andina y la occidental se encuentran en el centro de San Pedro. Recorrimos con David Barrera , su dueño, el hotel Terrantai para conocer un poco más de su historia.




Sic sac pichao significa 'buenos días, hermana' en kunza", me traduce David, el dueño del Terrantai. Él es del ayllú de Conti Tuqui, que los españoles después renombraron Conde Duque, nos explica, relatándonos su historia, la de estas 21 habitaciones y de la vivienda que fuera en sus orígenes. "Hace más de 30 años que fuimos operadores en el desierto de Atacama y necesitábamos acoger a las personas que venían de largas distancias, entonces Terrantai surge como una casa donde teníamos nuestro comedor, nos juntábamos en la tarde junto al fuego a escuchar las experiencias que habían ocurrido en el día. Eso era el año 90, 96. Viajábamos a Europa a buscar a nuestros clientes a las ferias de turismo en Madrid, París, Berlín. La idea era compartir con ellos nuestras tradiciones ancestrales. El hombre y la mujer andinos siempre han caminado y sin saberlo es un modo meditativo, entonces los viajeros querían conocer esa experiencia, nos íbamos 15, 20 días a caminar al desierto y regresábamos a esta casita en San Pedro que nos acogía y así se fue transformando Terrantai, que significa gente de la tierra. Una palabra compuesta entre el latín 'terra' y el kunza 'antai'", cuenta David Barrera, graficando el espíritu con que nace este hotel enclavado en el centro de San Pedro.

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CRUCE DE MUNDOS 

El terreno originalmente pertenecía en parte a su familia, "pero mucho, mucho más atrás era un lugar de acogida, de sanación, nos cuentan los abuelos, por eso la conservamos de manera original", dice David, indicando con la mano las vigas de chañar y los antiguos muros de adobe de 70 cm de espesor, a la usanza colonial. Acogen la recepción, la sala, la administración y los muros perimetrales. Son estructuras originales, como la casa que fue restaurada incorporando cuerpos nuevos destinados a las habitaciones, la piscina y la sala del desayuno, diseño de Mathías Klotz en 1996.

Es lo entretenido del hotel, funde muy bien dos vertientes: el confort placentero, moderno y occidental, con acogedoras poltronas en fibra, reposeras para relajarse en cada patio, o el mobiliario simple de las habitaciones en planchas de madera blanqueadas. Son como las notas altas, ligeras, del asunto, porque sosteniendo todo esto hay otro espesor que se cruza, denso, telúrico, que lleva el peso de las raíces andinas. Uno se puede dejar encantar por ese ADN precolombino que se respira en cada recoveco, al adentrarse entre sus corredores estrechos de piedra, misteriosos en la noche, primitivos como laberintos ancestrales, ¿fortaleza, templo? Se vienen tantos referentes arqueológicos a la cabeza.

Las citas a la cultura atacameña están en modos más suaves también. Detalles como las pieceras mullidas y lanudas, las galletitas de quínoa al desayuno. O en momentos que nacen naturalmente, como el sol que se asoma sigiloso al amanecer detrás del campanario de la iglesia, en el jardín de cactus, en pleno silencio. Un momento mágico y denso, también de experiencia, quizás porque esa parte pertenecía a la iglesia y antes de los españoles; ahí se ubicaba la huaca, el lugar sagrado. "Quisimos evocar la experiencia antigua, sin imitar", dice David, explicando el diseño general del hotel.

Quizás el mejor ejemplo de esta mezcla es la piscina, o pozón más bien. No es para nadar, es chiquita, un metro de profundidad, pero cumple con creces su función principal de hacer grata la estancia, con un ingrediente extra: sin transgredir el contexto cultural de San Pedro. "Decidimos hacerla solo para refrescarse por respeto a las comunidades que no tienen agua. Hoy le llaman sustentabilidad, pero cuando lo hicimos fue por razones éticas" explica Barrera.

RETAZOS DE HISTORIAS 

La historia cotidiana reciente de Atacama también aparece en los recovecos del Terrantai, entre sus materialidades y sorpresas. El suelo del primer corredor: ladrillos del desaparecido horno flash de Chuquicamata. "Los dejaron en el desierto y nosotros los fuimos a buscar", dice David. Las maderas son recicladas también. Curtidas por el sol no varían como sucede con las sureñas, "que acá a los dos meses están dobladas porque no resisten el calor". En la salita del desayuno, los mosaicos del piso son de los desechos de la ferretería, y los libros en inglés que se ven, de Chuquicamata cuando era ciudad: 'Club Social Chilex Anaconda Cia.', se lee en sus tarjetas coloreadas de sepia por el tiempo; la biblioteca de los niños, cuando la mina aún pertenecía a los norteamericanos; libros que se salvaron de morir sepultados en el desierto, "¡los conservo como hueso santo!", dice David.

Y en el día a día, los relatos de los viajeros también van impregnándose en las paredes pedregosas del Terrantai. Son los encuentros de los huéspedes que se cruzan en una larga mesa dispuesta, for free, para todos a la entrada del hotel. Es la hora del 'cheese & wine', a las 8 p.m. sin falta. Gringos, italianos y chilenos nos olvidamos un rato de los idiomas y en ese espacio maravilloso que es el aperitivo compartimos por un momento las experiencias vividas bajo el sol imperturbable de Atacama. "La idea de esto es que sea una casa para todos; me gusta poder compartir, por eso vamos a agrandar la mesa y cambiarla de espacio para que quepan más. Hay fechas en que hacemos relatos andinos también, invitamos a los amigos con las zampoñas, sacamos el vinito para afuera, se trata de pasarlo bien", dice Barrera.

Es parte de la filosofía atacameña, relatora de historias que se urden sobre el silencio del desierto, originalmente acogedora y agradecida de los frutos de la tierra.

"Alguien dijo que dios creó los territorios con agua para que los seres humanos habiten en ellos, y que creó los desiertos para que encuentren su alma", dice nuestro anfitrión, cerrando la entrevista para referirse a ese silencio de Atacama que envuelve.

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