Fiebre capuchina

capuchina

Sábado 13 de enero de 2018, edición N°766




Pasa solito. En el momento en que se detecta una especie silvestre, empieza a aparecer todo el tiempo. Como que se cruza en la vida. No sé si les ha pasado, pero en el universo culinario es demasiado notorio porque pasamos por una temporada/moda –que ya lleva sus años– en que lo que rodea se pone en el plato, lo que se conoce como recolección, eso que usa tanto lo que crece en la roca de una playa como en la esquina callejera donde paran sagradamente los perros.

Quizás así empezó esta fiebre por la capuchina, la flor de roja a amarilla preciosa con gusto berroso picantito y hoja tipo hexágono redondeado megaverde y de todos los tamaños que desde que se supo comestible, linda y rica no se le ha dado tregua. Aquí y en la quebrada del ají. Cosa que me parece impactante, sobre todo esta primavera-verano en que no sé si se habrán repartido semillas, híperpolinizado o qué, pero la capuchina está en gloria urbana, playera y campísticamente hablando. Como pidiendo que la metan en las ensaladas, cebiches y tanto plato bello que esta florcita puede llevar al aplauso con solo posarse.

Si ponemos los puntos sobre las íes, hay que decir que la capuchina (a.k.a. mastuerzo de Indias o pelón, entre una serie de nombres más superdramáticos tipo llagas de Cristo) era usada mucho antes de su moda actual. Se le conoce como fuente importante de antioxidantes, cicatrizantes y varios 'antes' más. Es rastrera y trepadora, anual y perenne. Ahora mismito está bella, como esperando ser sacada para embellecer y saborizar. Y si se anda de vacaciones, con más tiempo o ganas de variar, agarre un par y póngalas en el plato. La flor es más fuerte que la hoja, picantita como dijimos y con dejo a berro. Si no se anima, fíjese en los platos de los restaurantes que la ultrausan. Empecemos el año con detalles, afiebrémonos con ellos y celebremos. Los sentidos lo están pidiendo. @raqueltelias

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