Editorial

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Sábado 29 de junio de 2019, edición N°842




El complejo de edificios Barbican Estate, en la ciudad de Londres, ha sido un ícono desde el día en que se construyó; doce años tomó completar el complejo de edificaciones que contiene residencias, comercio y cultura, con uno de los centros culturales más activos de la ciudad, además de contar con estación de metro propia. Pero lo que hoy es un lugar de peregrinaje y admiración para la arquitectura moderna no siempre fue así. Su fuerte lenguaje arquitectónico, donde el hormigón fue dejado expuesto y además se cinceló a mano para dramatizar aun más su estilo brutalista, es algo que llamó la atención desde el comienzo, y no siempre de la mejor manera. Imponente, enorme en dimensiones, al momento de su inauguración contenía las torres más altas de Europa. Muchos de estos proyectos de vivienda social se levantaron en lugares que fueron bombardeados durante la guerra, de esta manera no solo se recuperaban barrios, también se trabajaba en integración social y diversidad. Este complejo de edificios ejemplifica la ruta que el Reino Unido toma después de terminada la Segunda Guerra Mundial, destinando grandes presupuestos a la vivienda social, construyendo miles de metros cuadrados y utilizando para ello a muy buenos arquitectos, como el gran Neave Brown, quien decía que su interés siempre fue diseñar las mejores casas posibles; él hacía viviendas, no viviendas sociales, diseñaba sin apellido. Hasta hoy proyectos como Alexandra Road Estate son valorados por su aporte a la calidad de la vivienda y también a la calidad del urbanismo que ahí se consiguió.

Cuando Santiago se prepara para nuevas líneas de metro que modificarán el entorno de manera positiva, principios como igualdad, equidad y bienestar no deberían ser olvidados o dejados al vaivén del mercado; hay que revisitar principios del modernismo para que la vivienda social del futuro sea digna y perdure, como siempre debió haber sido.

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